SEXTO MISTERIO: LA PARVADA DE LOROS DE LA GARCÍA GINERÉS

En el invierno de 2014 un grupo de periodistas, en una fiesta de reencuentro realizada en una privada de Los Álamos, comentaron acerca de un fenómeno poco usual en Mérida: se trataba de aclarar el origen de una parvada de poco más de 50 loros cuyos avistamientos se empezaban a hacer más frecuentes en varias colonias y parques de la ciudad.

No se trataban de loros de la región, como el Loro Frentiblanco, también conocido en maya como “T’uut”, o del perico pechisucio, cuyo nombre en maya es “Kilil X’kilil”, mucho más pequeño, o el loro yucateco endémico cuyo nombre científico es “Amazona xantholora”, sino de otra especie mucho más vistosa. 

Estas aves son un poco más grandes y los avistamientos reportados los describen también como pertenecientes a la especie Amazona, pero la que proviene de Sudamérica, concretamente de Brasil, pues su talla es de casi 36 centímetros y el graznido es ligeramente más grave, con la frente roja o anaranjada y en algunos casos de color amarillo.

Una primera versión señala que esta especie se reprodujo desde el rumbo de Santiago  luego de que un residente extranjero solitario de nombre George, que habitaba por el rumbo, enfermó de cáncer y durante sus últimos días decidió liberar a varias parejas que mantenía en una jaula que tenía en el patio de su casa. Incluso, señalaron, también liberó junto a ese pequeño grupo a una guacamaya roja que volaba junto a esas parejas. 

Otra versión, con datos técnicos recabados por la asociación civil  yucateca “Proyecto Santa María”, que apenas el mes pasado realizó el Primer Festival de Loros Mesoamericanos, señala que el fenómeno únicamente se debe a la compra ilegal de especies silvestres que al ser puestos en libertad o al escapar de sus propietarios logran adaptarse tan bien que se apropian de su nuevo entorno.

Aseguran que la ciudad les ofrece ventajas como menos predadores con alas, temperaturas más altas, luz artificial y mayores cantidades de alimento, y en particular, desarrollan una alta tolerancia a la presencia del hombre. Por ello, indican, son capaces de imitar conductas propias del “xkau” (zanate mexicano), de tomar croquetas de perros y remojarlas en las piscinas de las residencias para suavizarlas y alimentarse con mayor facilidad. 

La parvada de loros de la García Ginerés ha sido vista también en la avenida Cupules, en el parque de Las Américas y en la colonia Alemán, donde todavía abundan árboles frutales como el mango, el mamey, el caimito y el nance. También ha sido reportada su presencia en oquedades de antiguas sascaberas por el llamado “Malecón de Pensiones”, donde se refugian para hacer sus nidos y también extraer con sus picos restos de piedra caliza de la que obtienen ciertos minerales como el calcio o el carbonato que utilizan para desintoxicarse de algunas semillas nocivas. 

Su presencia se ha visto un poco más disminuida en colonias del norte como Villas La Hacienda y en Vista Alegre, la colonia Maya y también en Anikabil y en otros cascos de haciendas que aún conservan árboles frutales de grandes dimensiones. 

En contraste, en Polígono 108 y en la colonia Leandro Valle ya se han reportado avistamientos de grupos de loros Agapornis (Agapornis roseicollis), especie que es capaz de poner hasta 6 huevos cada tres meses durante su etapa reproductiva. 

El fenómeno no es privativo de Yucatán: en Monterrey se ha reportado la presencia de parvadas en plazas y parques como la Plaza Zaragoza, El Obispado y San Gerónimo, con cientos de ejemplares del llamado “loro tamaulipeco”. También se han reportado la presencia de parvadas de cotorras “Monje” en la Ciudad de México, en la colonia San Pedro El Chico, en la alcaldía Gustavo Madero, siendo ésta, una especie que proviene de Argentina y otros países de Sudamérica.

De acuerdo con la organización internacional Audubon, las Cotorras Monje, originalmente de América del Sur, ya están desafiando la nieve en Nueva York y construyendo nidos sobre tendidos eléctricos en Miami. Se las puede ver a lo largo de los 43 estados posando sobre comederos, anidando sobre palmeras y postes telefónicos y volando juntas cerca de las playas. 

Y como los loros en el presente, en el año 2005, el corresponsal del periódico Reforma en Yucatán, Martín Morita (que en paz descanse), replicó un reportaje del reportero Carlos Gebhardt del Diario de Yucatán sobre la presencia de un “hato salvaje” en los montes de Ciudad Caucel, cuando apenas se construía esa unidad habitacional. 

El reportaje consignaba que vecinos de la ciudad de Mérida reportaban ante las autoridades la presencia de ganado “salvaje” que en las noches presuntamente merodeaba por el Anillo Periférico, colonias y calles y que reportes de la propia Secretaría de Protección y Vialidad (hoy la SSP) indicaban que se trataba  de toros, vacas y novillos que habían crecido desde hace algunos años en los montes aledaños a la ciudad, luego que se le escaparan de un rancho de un ganadero de apellido Xacur. 

Cuando los policías intentaban capturar a las “vacas salvajes”, estas huían y se perdían entre los montes. Y cuando alguno de esos animales era capturado, si no era reclamado se sacrificaba para donar la carne a los albergues de ancianos e indigentes. Las últimas tormentas tropicales de 2020 y las lluvias de 2021 provocaron la presencia de venados en Las Américas.  

En el caso de los loros silvestres todo parece indicar, señalan los expertos del “Proyecto Santa María”, que la aparición de animales silvestres en zonas urbanas es el resultado de una errónea concepción del amor hacia este tipo aves. “Por cada especie silvestre que se adquiere de manera ilegal, cuatro aves más son capturadas para mantener este mercado”, aseguran.

De cierta forma, indican, este fenómeno ya no permite distinguir cuál es la verdadera “fauna nociva”: los loros, las zarigüeyas, los venados, las iguanas, las tarántulas o bien los seres humanos que hemos invadido y depredado su antiguo entorno natural. 

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