Obituario: Fallece el empresario Gerardo Abraham Goff

Víctima de una enfermedad que durante mucho lo aquejó, este lunes falleció el empresario Gerardo Abraham Goff, de 38 años, y perteneciente a conocidas familias de la sociedad meridana.

Gerry, como lo conocían sus amigos y mucha gente a la que motivó con su testimonio de vida tras derrotar en varias ocasiones al cáncer, fue hijo de los señores Carlos Abraham Mafud y Araminta Goff Ailloud.

Estuvo casado con Maricarmen Molina Briceño, con quien tuvo tres hijos: Emilia, Gerardo y Mariano.

Está siendo velado en la Iglesia de Nuestra Señora del Líbano, donde se oficiarán misas por el descanso de su alma a las 6 y 8 p.m.

Será incinerado y sus cenizas se depositarán mañana martes en la iglesia de Cristo Resucitado (Montecristo) después de la misa de las 5 de la tarde.

También le sobreviven sus hermanos Carlos, Araminta, Valentina y Asís, padres políticos Rogelio Tirzo Molina Casares y Carmen Briceño Vargas; abuelo Jorge Goff Rendón, tíos Sergio, Roberto, Raúl, Ricardo y Javier Abraham Mafud, y Mercedes, Marisol, Valentina, Jorge Esteban y José Enrique Goff Ailloud, y demás familiares, quienes reciben las condolencias de las personas de su amistad.

Un ser de luz

En un testimonio que ofreció a la periodista Ana María Ancona, apenas en junio de este año, Gerry Abraham habló de todo lo que tuvo que pasar desde que a los 20 años le detectaron cáncer:

A esa edad empecé a sentirme mal, me hicieron estudios y descubrieron cáncer en el cerebro, ‘medioblastoma’, nivel cuatro. En la Ciudad de México me desahuciaron y me dieron cuatro meses de vida. En tres hospitales de Estados Unidos me dieron más o menos dos años de vida.

Era el año 2000, mis padres me llevaron al hospital de Phoenix, Arizona, ahí nos dieron un poco de esperanza y me operaron del cerebro, la operación fue todo un éxito, pero podría tener secuelas como no poder mover el lado izquierdo del cuerpo porque me quitaron tres cuartas partes del cerebelo. Cuando despierto veo a una hermosa enfermera, le hablo en inglés y le digo a mi papá: “¿Ya viste qué linda enfermera? Seguía siendo el mismo de antes, sonriente y feliz. Los doctores estaban asombrados. Hice una semana y me dieron 34 sesiones de radiaciones de lunes a viernes (cada cuerpo tiene cierta capacidad para aceptar un número determinado de radiación). Tuve mareos, vómitos, pero me fortaleció el que nunca estuve solo, siempre me han acompañado mi esposa, mis hijos (unos días), mis padres y hermanos y las miles de personas que oran, ofrecen misas, sacrificios y ayunos por mi recuperación. Además, soy muy afortunado de tener una familia con las posibilidades económicas para que me den tratamientos en los mejores hospitales del mundo.

Estuve 18 años sin cáncer, hasta que en noviembre del 2017 comenzó a dolerme una muela, a tener abscesos, al ver que no cedían con los tratamientos, en enero o febrero del 2018 me hacen una biopsia de hueso y descubren un tumor en la quijada “osteosarcoma orteogénico”, quizás debido a las radiaciones que recibí. Mis padres me llevan al Hospital Anderson de Houston, Texas, en abril del 2018. Ahí me operan la mandíbula, me quitan parte del hueso peroné para formar el hueso de la quijada; parte de piel de la pantorrilla y muslo; perdí dientes y me amarraron la boca con alambre.

Me hicieron traqueotomía, me metieron un tubo en la garganta y un respirador; me alimentaban por una sonda. Luego me pusieron unas ligas para que pudiera comer con popote. Hice diez días en el hospital. En pocas palabras, me reconstruyeron parte de la cara.

Regreso a Mérida y a los quince días comencé a tener fortísimos dolores de cabeza, me internan en la Clínica Mérida y descubren que tenía metástasis del cáncer en el seno cavernoso (membrana entre el cerebro y la dura madre). Es un sarcoma que está en el hueso, no toca el cerebro; se me paraliza el ojo, me da rotavirus, e-coli y regreso a Houston, Texas, para quimioterapia (tres días), esta era muy agresiva para mi cuerpo pero funciona, el tumor se apaga y estoy nueve meses limpio.

En diciembre del 2018, al ir a mi chequeo descubren otra vez cáncer en la cabeza, me dieron dos quimios pero no funcionó y lo dejaron porque mi cuerpo ya no aguantaba. Dejé de comer, ya no me quería levantar, estaba cansado, me estaba apagando como una velita; tenía unos dolores insoportables en la cabeza, perdí la visión del ojo derecho, y tenía calambres. Hago dos semanas en Houston, Texas y dos semanas en Mérida, al regresar a Houston, me vuelven a dar radiación cinco días.

Recuerdo que me mandaron la imagen de la Virgen que era enorme y la metimos al cuarto donde estaba; cuando la miraba sentía que Ella me decía: “¡No temas, aquí estoy yo que soy tu Madre!”, eso me tranquilizaba.

Los enfermos y familiares que estaban en el hospital entraban a mi cuarto la tocaban, le rezaban y tanto los doctores como las enfermeras se volvieron nuestros cómplices. Tenerla esos diez días a mi lado fue como si me estuviera acariciando y arrullando entre sus brazos para darme valor y fuerzas.

Ante este panorama, mi padre que es mi bastión como toda mi familia, comienza a buscar otras alternativas para salvarme la vida. Ya que ni en Phoenix, ni Houston, ni Denver, ni Jacksonville, en Estados Unidos, podían hacer nada por mí, tenía el ojo hinchado y con una radiación más podría perderlo por completo.

Me llevan a Viena, Austria, con un científico oncólogo, experto durante veinte años en el estudio de las células y me da el tratamiento con mitocondrias. Desde el primer día me sentí un poco mejor, comí, a los diez días de tratamiento ya me levantaba, y poco a poco fui mejorando. El tratamiento es de treinta días, pero tengo que regresar a Houston para que me chequen el tumor de la cabeza y regreso a Austria a terminar el otro.

Los doctores están asombrados de que mi cuerpo y mis órganos (corazón, pulmones, hígado, páncreas, estómago) estén intactos a pesar de todas las radiaciones, quimios y cirugías por las que he pasado.

Para terminar, quiero decirles que hoy en día estamos viviendo una época en dónde el católico es un ladrón de Dios, porque damos por sentado todo, porque no se dan cuenta que cada día que amaneces vivo es un milagro. Lo que más le duele a Dios es la falta de agradecimiento.

Los enfermos le ofrecemos nuestro sufrimiento a Dios porque es lo único que tenemos, aunque a Dios no le gusta el sufrimiento, pero eso no lo entendemos. No comprendemos que Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Hay que despertar nuestra conciencia en la medida de los talentos que Dios nos da y trabajar con ellos a favor nuestro y de los demás.

La gente está ávida de ayuda, hay muchos enfermos que necesitan de nuestra compañía, oraciones y apoyo no solo espiritual sino también económico. Un Padre Nuestro, un sacrificio, una donación para alguien que sufre esta o cualquier enfermedad, puede cambiar su vida. Lo más importante es involucrar a Dios en tú vida diaria, El es el que te va marcando el camino en unión con el Espíritu Santo para que sepas qué hacer y a quién ayudar. Hago lo que Dios quiere y quiero lo que Dios hace. Los enfermos tenemos que dar mucho a los demás, a nadie le gusta sufrir, pero si sufres ofréceselo a Dios y ponte en acción para servir a otros que están en el mismo camino.

Todos tenemos el tiempo si queremos para servir al prójimo, no hay excusas para decir ¡No!

Esta enfermedad me sanó el alma, me ha vuelto sensible al sufrimiento de los demás, mi relación con Dios cambió, aumentó mi crecimiento espiritual y el de toda mi familia. Como dice mi padre: “La inmadurez espiritual es un infierno para llegar al cielo; la medio inmadurez espiritual es un purgatorio para llegar al cielo y la madurez espiritual es un cielo para llegar al cielo”.

Por este medio, al que le doy las gracias también, quiero agradecer a todas las personas que conozco y no conozco por acompañarme en este camino con sus oraciones, sacrificios, misas, ayunos, que han hecho que hoy siga vivo. Gracias desde lo más profundo de mi corazón por ser mis ángeles aquí en la tierra.

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