El Aquamán yucateco que le arrancó una vida a la tragedia del Águila Dorada

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Para Bernardo López Lara “Nardo”, como la mayoría de los progreseño, el Día de la Marina se acabó hace 23 años, con la tragedia del hundimiento del pesquero “Águila Dorada” frente al puerto de altura de Progreso, en el que murieron 23 personas.

Y tiene motivos para decirlo, claro. Cuando todo era música, diversión, festejo y jolgorio, de repente el día se puso negro y el mar se tragó la fiesta ese 1 de junio de 1995, alrededor de las cinco de la tarde. Nardo vivió en carne propia la experiencia porque fue uno de los buzos rescatistas de la tragedia y comparte con nosotros la experiencia vivida ese día como si fuera hoy.

Pero primero hablemos un poco de Nardo, “Niño dueño del mar”, Aquamán o “Chaparrito de oro”, como también le dicen. Simpático y platicador, este progreseño habla, gesticula y mueve las manos como si estuviera abajo del agua, su otro hábitat. Porque hoy día, con 74 años cumplidos, dice que no tiene recuerdos sin el mar y desde siempre amó su oficio.

“Toda mi vida me ha gustado la buceada. Desde chiquito ya estaba en la orilla de la playa y hundirme en el agua me llena de satisfacción. Durante muchos años he ayudado a rescatar barcos y personas, lamentablemente ya sin vida. Y lo seguiré haciendo”, asegura.

Nardo nos lleva de viaje por el tiempo con su relato del día del fatídico hundimiento del “Águila Dorada”, en la zona noroeste de la terminal remota. Allí el pesquero iba repleto de gente que celebraba el Día de la Marina.

“Yo estaba del otro lado del puerto de abrigo colaborando con los veladores pero me fastidié y me fui a mi casa. Me trajo un muchacho que conocía, se despidió, pero al rato vi que regresaba casi corriendo. “¡Se hundió un barco!”, me gritó. Y yo inmediatamente me imaginé que fue por la marejada”, recuerda.

Aunque llegaron al lugar rápidamente, Nardo regresó a su casa por su equipo de buceo. “Nos encontramos con gente de la Armada que nos llevó en lancha hasta el lugar, pero ya estaban jalando el barco ¿Para qué lo remuelcan?, pregunté. Me respondieron que ya no había nada, pero yo sabía que no era cierto porque no habían revisado el fondo”, relata.

Aunque personal de la Armada se mostraba inflexible en revisar al otro día porque ya no había luz, Nardo insistía en que podía haber gente atrapada adentro del barco, así que accedieron a escucharlo. Un buzo amigo de Nardo se sumergió con una lámpara de ocho baterías e, inmediatamente, pudo rescatar tres cuerpos sin vida.

“Le pedí al buzo que viera en la sala de máquinas y, cuando revisó, vio unos pies. Sin embargo, apenas los tocó, los pies lo jalaron y subió a la superficie asustado ‘¡Está vivo!’, dijimos”, rememora.

Nardo cuenta que era una niña de unos 13 o 14 años pero no recuerda su nombre. Junto a ella había un niño, pero sin vida.

“Cuando el agua comenzó a subir, la muchachita trepó la escalera de la sala de máquinas y eso permitió que se salvara. El niño, por ser más pequeño, no logró sobrevivir”, relata.

Para el buzo profesional tres causas ocasionaron el hundimiento del Águila Dorada: “Iba cargado de muchas personas para el tipo de pesquero que era, la velocidad que llevaba y, claro, la marejada. “Todo esto ocasionó el volantín que hizo el “Águila Dorada” y que lamentablemente se llevó tantas vidas”, afirma Nardo.

Hoy todavía, a sus 74 años, sigue experimentando una enorme satisfacción cuando se sumerge en el mar y, apenas siente un temblor en las manos por el frío, sabe que es hora de subir a la superficie.

Aguanta mucho abajo del agua pero no sabe cuánto. “Los que me conocen me dicen ‘aguantas un chingo’, eso es todo lo que sé”, dice, entre risas y ademanes con las manos.
A pesar de que le gusta su trabajo de buzo rescatista y que lo seguiría haciendo, cuenta que no le gusta rescatar cuerpos sin vidas.

“Cuando diviso un cuerpo muerto siento automáticamente un piquete en la espalda, como una punzada. Creo que es instinto o temor, no lo sé… De lo que estoy seguro es que no me gusta pero estamos para ayudar siempre”, concluye.- Cecilia García Olivieri.

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