El mate mío de cada día

[vc_row][vc_column][vc_column_text]A casi cuatro meses de regresar a Yucatán, hay una cosa de mi país que se me hace imprescindible, más que las libretas de vacunación de los nenes que nos olvidamos, el bife de chorizo, los alfajores Havanna y las pastas caseras.

Es el mate.

A simple vista no es más que un vaso con una infusión caliente y verdosa adentro. Para beberla se usa un popote (bombilla) con filtro para no tragarse las hierbas que componen la infusión. La acción de servir la infusión se llama “cebar mate” y la de beberla “tomar mate”. La yerba mate es la materia prima con que se prepara esta bebida, compuesta por hojas seleccionadas, procesadas y de molienda equilibrada.

El mate es la bebida rioplatense por excelencia, marca registrada con yerra de la identidad argentina ¿Qué si calma la sed? “Claaaaro que no, hija” (y se los digo acomodándome el rebozo). Se bebe por herencia y/o inercia, porque invita a la charla si estás acompañado, o a pensar si estás solo.

¿Todos toman mate? “Claaaro que no, chiquito” (con la mano en la cintura). El chiste del mate es que se comparte, por eso muchos piensan que la acción de tomarlo es bastante antihigiénica y hasta asquerosa. Por eso esta infusión tiene sus fanáticos y detractores – entre ellos ricos, pobres, gordos, flacos, peronistas o radicales, buenos o malos- como todo en la vida.

Hay miles de formas de cebar y tomar mate. Particularmente no me considero una persona ortodoxa para ninguna de las dos acciones. Tengo mi mate preferido desde hace muchos años. Es un vasito de loza azul café, pero ahora tomo en uno de metal que me lo regaló mi amiga sudaca Valeria. La bombilla es corta, acorde con el recipiente. Para que el agua se conserve caliente prefiero usar un termo, aunque ahora utilizo una “pava eléctrica” que me traje de mi país. La yerba mate que más me gusta se llama “Playadito”, pero acá no se consigue. Entonces compro en Chedraui “Piporé”, una yerba que probablemente  no compraría en Argentina, pero que acá me parece deliciosa.

Irse lejos y estar impedido de la tradición del mate es como si a uno “le cortaran las piernas”. Cuando viví en Mérida hace más de 10 años pasé meses sin yerba mate hasta que conseguí en Liverpool y luego en Carrefour. Hasta ese momento vivía a té y tenía los ojos más argentinos que nunca porque, como dice #mimaridoyucateco, todos los argentinos tienen los ojitos para abajo, como tristes.

Invitar a los yucatecos a tomar mate no es fácil. Me miran medio raro y si, por educación aceptaban un mate, mueven la bombilla de un lado a otro (¡prohibidísimo!) y siempre te lo devuelven a medio tomar.

Ya que mencioné a #mimaridoyucateco, les cuento que en Argentina él sí tomaba mate y hasta se volvió casi uruguayo por lo fundamentalista para cebarlo: “Que el agua debe tener tal temperatura, que no se debe verter en toda la yerba, sino en un sitio solo, que sólo lo tomo en mate de calabaza, etc”. Un pesado, pues.

Acá ya no me acompaña. Tomo mate sola. Porque aunque en Argentina los hijos prueban y toman mate desde chiquitos (primero con el agua tibia y con azúcar, para ir domesticándolos en el hábito) yo parí dos escuincles con sangre más yucateca que argentina, ya que ninguno de los dos me acompaña en este hábito sudaca.

Pero tomo sola y es como charlar conmigo misma, encontrarme lejos pero cerca, de allá y de acá también, en constante conexión con la costumbre, con mi identidad.

Y quién les dice que, un día, me cruzo con alguno de ustedes por la calle y los invito a casa a tomar mate, que sería como invitarlos a platicar de la vida, sin causa ni consecuencia, por el sólo hecho del encuentro. Eso sí, si les gusta no se fanaticen porque Chedraui trae la yerba a cuenta gotas. Si no me van a tener que invitar ustedes…

Les dejo, de regalo, los últimos versos que el periodista y locutor argentino Lalo Mir le hizo al mate:

Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente, ¿está caliente, no?.
Es la modestia de quien ceba el mejor mate.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la obligación de decir gracias, al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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