A pesar de pedregoso, el suelo yucateco es redituable para la agricultura

[vc_row][vc_column][vc_column_text]En la milpa, anualmente se puede obtener hasta 10 toneladas de maíz, por hectárea, afirmó el especialista del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY), Alfonso Larqué Saavedra, al destacar que el campo yucateco es redituable.

Contrario a las versiones de las precarias cosechas y lo pedregoso del campo, demostró que el buen aprovechamiento del sistema tradicional se obtiene un éxito agrícola.

Resaltó que el logro consiste en utilizar la experiencia de los productores combinado con el conocimiento científico, para mejorar la productividad a través de la restauración de la fertilidad del suelo.

Al presentar los resultados del proyecto “Sistema de producción continua de maíz en Yucatán”, que inició en 2000, aclaró que con la siembra directa tradicional bien se puede levantar cuatro cosechas al año para producir elote.

“Se logró producir hasta 150 mil elotes por hectárea por año y en tres ciclos se obtuvo hasta 10 toneladas de grano de maíz por hectárea al año”, acotó.

Tras 17 años de investigación, ahora se puede recomendar con certeza que el aprovechamiento de la fertilidad del suelo es la principal estrategia, modificando parte de las tradiciones, tal el caso de evitar que “la tierra descanse”.

“Parte de la innovación de producción continua de maíz, es que tan pronto empiece la cosecha se vuelva a sembrar”, destacó el especialista.

Es decir: “El milpero no tiene uno que esperar ningún periodo de descanso, se puede sembrar nuevamente en el mismo lugar además, lo recomendable es que el rastrojo del maíz se incorpore como materia orgánica al suelo, para tener una parcela sustentable en materia orgánica”.

Señaló que el sistema tradicional se levantaba como máximo una tonelada de maíz por año, por lo que: “Producir diez toneladas siguiendo nuestro sistema representaba un diferencial espectacular”.

“Manejando la hectárea con el conocimiento de la ciencia, se restaura la fertilidad del suelo, que es una parte crítica, además de utilizar materia orgánica, o bien fertilizantes químicos con las recomendaciones que se hacen por parte de los expertos”, subrayó.

Además, con la extracción de agua se regó el cultivo y aunque no había suelo, se mantuvo toda la plantación muy sana y robusta, por lo que: “Se logró tener una producción de hasta 10 toneladas por hectárea por año, esto es realmente sorprendente”.

Larqué Saavedra agregó que la investigación desarrollada en la Península de Yucatán toma en consideración la importancia de capitalizar dos factores importantes para la producción de maíz: el bono climático y la disponibilidad de agua.

Detalló que el primero se refiere a que en esta parte del país se carece de los vaivenes de bajas temperaturas comunes en el Norte o en el altiplano mexicano, donde se presentan heladas que afectan de manera impresionante el rendimiento y la productividad de maíz.

El segundo factor radica en que se tiene una de las grandes riquezas que hay en la Península, la disponibilidad de agua del acuífero.

Considerando que se cuenta con esos dos factores clave en la producción agrícola, se propuso innovar el sistema “roza, tumba y quema”, que fue particularmente importante en la historia de la agricultura de esta parte del país.

El procedimiento consiste fundamentalmente en tirar el monte y quemarlo para poder, con todas aquellas cenizas ricas en minerales, tener algo de fertilidad en el suelo y poder producir maíz.

La tumba y quema se realiza en la época de sequía, cortan, queman y después, al inicio de la época de lluvia, se siembra la semilla de maíz, esperando que Chaac, dios de la lluvia, les dé suficiente agua. Por ende, la incertidumbre de la lluvia siempre será algo importante.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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