Un sitio que luce cansado, que reciente el paso del tiempo, pero que se niega a morir y que no deja de ser un recinto histórico, el glorioso Bazar de Fierros, que ayer festejó su 63 aniversario, enclavado en el corazón del centro de la ciudad, pero que guarda en sus paredes horas de trabajo, esfuerzo, sudor y que fuera sustento de muchas familias yucatecas.
Ubicado en la calle 67, entre la 58 y la 60, en su momento en el Bazar de Fierros se podía encontrar desde un tornillo con una tuerca milimétrica fabricada por expertos torneos, una veleta completa, plomeros de primera, cerrajeros, reparación de ollas, bicicletas y hasta la máquina de pelar naranjas marca “Rubén Flores” que le han dado fama a Yucatán.
Los “Fierreros” como se les conocía, iniciaron en el parque Eulogio Rosado y pertenecían a la Unión de Baratilleros “Andrés Ortega”.
A finales de los años 50, tuvieron que abandonar ese lugar y un grupo comandado por Rubén Flores Pérez, Felipe Tun, Carlos Rejón, Isidro Buenfil, Nicolás Solís, Pedro Pablo Ruz, Renán Ávila y Tomás Herrera, entre otros, se dan a la tarea de buscar otra sede y llegan al área donde se mantienen hasta hoy.
Los descendientes de esos grandes hombres que comenzaron con la encomienda buscan a actualmente que el Bazar de Fierros resurja y vuelve a convertirse en un referente de Mérida.
Entre los objetivos es recobrar el estacionamiento público para los compradores, dado que todavía hay puestos, pero cuando los clientes quieren entrar a comprar no encuentran donde dejar sus automóviles, debido a que diferentes negocios de comida obstruyen los accesos.
“Era un referente hasta del interior del estado, porque muchas veces venía gente desde Valladolid o Tizimín, buscando piezas que no podían encontrar y aquí las hacían. Contemplaba muchos oficios, desafortunadamente los fundadores ya fallecieron, algunos hijos vendieron, pero otros todavía conservan los puestos”, indicó el ingeniero de tránsito, René Flores Ayora, hijo de uno de los fundadores.
La encomienda es evitar que muera el Bazar de Fierros y buscar que se mantenga viva la flama del cúmulo de historia existente en sus paredes, en sus cortinas y en el esfuerzo de sus trabajadores.