XXIV MISTERIO: VOLVER A SER LORO


Por El Conde de Montecristo

Mimetizarte con la selva desde lo alto. Saber que eres un ave por una verdad ontológica indescifrable que afloró en tus genes desde la extinción de los dinosaurios en Chixchulub. Una ley escrita en tu sangre que te dice que nunca, nunca, jamás necesitarás caminar por la tierra para vivir. Quien te haya creado, piensas, no te creó para la humillación bíblica de los reptiles ni para entender al ser humano detrás de las rejas.

Simplemente intuyes que en fracciones de segundo un torrente de energía invadirá tu sistema óseo, tan ligero como una estructura de popotes de plástico, pero rodeado de miles de pequeños vasos capilares que se dilatan como tus pupilas ante cualquier mínimo cambio de temperatura.

Sabes que no necesitas huesos fuertes. Tu sistema de supervivencia no está hecho para faenas terrestres sino para desafiar la gravedad únicamente con la piel; con las plumas y el oído más potente para escuchar las señales del líder de la parvada.

Basta un graznido de ese líder para que tus alas se extiendan un poco más, mientras surcas los aires a 70 kilómetros por hora. No dejas de observar al frente, a los costados y hacia adelante para mantener el rumbo. Las patas, como el tren de aterrizaje de un Boeing; se retraen a cero grados y la cola se convierte en un timón de alta sensibilidad.

Y sientes que desde hace siglos has hecho lo mismo muchas veces: sentirte parte de una violenta flota de drones orgánicos que de manera silenciosa provoca el estallido en vuelo de parvada; una bomba de plumajes iridiscentes, fugaces y silenciosos que rasgan la tranquilidad de las mañanas, únicamente detonada por el grito de ese líder de la parvada.

Te disciplinas y guardas silencio. Sigues al grupo. Por alguna razón sabes que tu cola, con apenas unos grados a la izquierda o a la derecha, se sincronizará casi automáticamente con el resto de tus compañeros de vuelo porque nunca has tenido miedo a perder el rumbo. No existe la inseguridad pues tus padres te enseñaron que eres parte del aire, no de la tierra aunque vivas de ella.

En pleno vuelo, observas a la izquierda y a la derecha simultáneamente y tu espíritu puede leer el campo magnético de la Tierra. Por eso puedes aprovechar los calientes vientos alisios, espesos ya por el polvo del Sahara que cada verano y otoño entinta los cielos de Yucatán para dejar de aletear y ahora sí, dejarte llevar a mayor velocidad entre las ramas de la selva baja.

Jamás escuchaste la canción de Bob Dylan, “The answer is blowin’ in the wind”, pero sabes que son éstos vientos que soplan con fuerza del noreste los que te facilitan el vuelo como lo hace para otras aves lejanas, como los halcones de Madagascar, que según te enseñaron tus padres, trajeron a Yucatán la primera semilla del flamboyán.

Eres loro, te sabes loro. Vuelves a ser loro. Y por momentos te olvidas que fuiste prisionero, bufón y esclavo del hombre.

Así lo revelaron al Conde; parados en sus manos y en su hombro “Galileo” y “Merlín”, dos loros yucatecos, líderes de una parvada de 40 aves de origen doméstico de un total de 85 que han sido rescatados por la organización “Proyecto Santa María A.C.” del maltrato, del tráfico ilegal y de la violencia cultural, que desde hace siglos se extiende contra esta especie.

Galileo fue el primer loro del grupo en posarse sobre el hombro del Conde ante la vista de una semilla de almendra. De todo el grupo fue el único que erizó el plumaje dorsal, dirigió su pico hacia su persona temblando a los costados en un frenético movimiento que acabó en un corto vuelo desde la rama hacia la oreja.

No tiene miedo ya de los humanos que en el pasado vigilaron con anticipación el nido que con tanto esfuerzo construyeron sus padres en los montes del centro y sur de Yucatán. El Conde tampoco le tiene miedo a su poderoso pico capaz de partir una oreja en dos y de sacarle, si así quisiera, un ojo de su órbita en cuestión de segundos.

Galileo no posee la violencia en su código genético. No hubo para él alguna especie de pecado original como punto de partida para una expiación innecesaria que justificara tanto sufrimiento a causa de los humanos. Pero dice que ya olvidó como un grupo de mercenarios derribaron el árbol para apoderarse de él cuando apenas era un polluelo.

De cómo lo apartaron con violencia de sus padres y durante semanas lo obligaron a engullir masa de maíz o atoles hediondos en plena oscuridad; sin dar oportunidad de conocer nunca al graznido de la madre con la que debió haberse improntado. Su imagen desnuda circula en Facebook y en Whatsapp; las redes sociales que fueron la génesis de su desgracia antes del período de incubación.

Merlín, el otro líder de la parvada de unos 13 años de edad, se acerca a la mano del Conde y es más comedido; señala que los humanos suelen hacer leyes para animales pero sin conocer a fondo la vida de los propios animales.

Es el caso de la ley de vida silvestre modificada en el 2008, en la que se planteó la veda de 26 especies de psitácidos mexicanos, pero que no ha servido para nada. Debió funcionar para que las especies se recuperaran por el tráfico; pero en lugar de eso ha permitido la expansión total del mercado negro de loros en toda la Península.

Merlín, que llegó a la Unidad de Manejo Ambiental en regulares condiciones, agrega que los humanos que trabajan en la Profepa, son demasiado reptilianos para entenderlo. No tienen garras ni colmillos y nada pueden hacer, pues aluden que no tienen una policía cibernética para denunciar y parar la extracción de miles de aves de las selvas yucatecas cada año durante la temporada de mayo a octubre.

Se dan casos de estafas en Facebook y en Whatsapp; delitos en los que loros yucatecos pierden la vida por quemaduras de peróxido de hidrógeno que presuntos seres humanos les aplican para quitarles el color de sus plumas y pintarlas con spray amarillo a fin de que parezcan loros de cabeza amarilla y venderlos por más miles de pesos.

—No me quejo —agrega. Hay loros famosos en el mundo y en las redes sociales como “Alex” el loro africano que reconocía 150 palabras o “Snowboll”, la estrella del baile de loros en Netflix. Pero acá en Yucatán, hubo más atención por un tucán herido de bala que por cientos de nosotros recién nacidos. Si un polluelo se desfigura o se rompe una pata durante la caída, ya no sirve para la venta y es abandonado a su suerte.

Nuestra única esperanza, dice mientras degusta un trozo de papaya, sigue a cargo de los humanos. La Ley Federal es tan dura y anacrónica que es imposible aplicarla, pero desde una Ley local es más fácil. Que se modifique la Ley y si es una veda, que sea tal cual, que tenga sanciones no solo por la comercialización de loros, sino también por la posesión.

—Hay que levantar candados y que haya sanciones penales o administrativas, pero no están establecidas —señalan.

Galileo y Merlín están contentos porque pronto formarán parte de una parvada que será liberada gracias a un Programa Integral de recuperación de psitácidos en cautiverio como estrategia para la reintroducción a sus áreas de distribución natural. Este programa les hizo olvidar traumas del pasado; reaprender que el encierro no es normal y que ser mascota domesticada es contrario a su constitución.

Detallan que este programa está supervisado por la Dra. Vanessa Martínez García del Instituto de Ciencias Biológicas de Hidalgo y voluntarios norteamericanos especialistas en ornitología como Valerie Bruce Snow, quien dirige en el proyecto Santa María el programa “kínder para loros”.

El programa permite que loros traumatizados, heridos o incapaces para sobrevivir en su hábitat natural reciban estimulación temprana psicomotora y la adquisición de habilidades que le permitan sobrevivir en ambientes controlados.

Galileo y Merlín nos presentan a “Patachín”, un loro con fractura en una de las patas y con un ala rota de manera permanente por la desventura de su dueño que con tijera en mano ignoró por completo donde inician y terminan las plumas de las aves y le amputó la estructura ósea. El dolor es similar al que un humano pudiera sentir si con un alicate gigante le cercenaran un brazo sin miramiento alguno.

“Patachín” fue llevado de urgencia a la Unidad de Manejo Ambiental y hoy, con la alimentación adecuada y la estimulación psicomotora, está adquiriendo las habilidades que le permitan sobrevivir en ambientes controlados.

—Algunas cosas no las hemos olvidado, para muchos loros que estábamos encerrados como nosotros, borrar la violencia sistémica es un proceso en el cual tienen que pasar hasta cinco años, en los casos más graves, antes de poder reencontrarnos —indican.

Con 38 loros a sus espaldas, casi asintiendo al unísono; quietos como en una unimente detenida en silencio, los líderes psitácidos hacen una pausa para hablar de una publicación de 8AM.

Se trata de la publicación del VI Misterio. El año pasado: “La Parvada de Loros de la García Ginerés”. Señalan que efectivamente; hay una confirmación científica del origen urbano de este grupo de loros que logró, con el paso de dos décadas, a retomar lo que el hombre les quitó.

Explicaron que junto a ellos viven dos ejemplares de la raza Amazona autumnalis que pertenecían a esa parvada. El primero, es un polluelo que cayó del nido y estuvo a punto de ser atropellado en la colonia García Ginerés.

“El polluelo, apenas pudo, nos contó como sus padres revoloteaban alrededor de los automovilistas, a la altura del parque de Las Américas, para poder salvarlo pero no pudieron”.

Un vecino de la zona se apiadó, lo trasladó a una clínica veterinaria, donde lo atendieron de urgencia y llegó hasta acá. El segundo, es otro loro que también cayó de un nido en un predio de la colonia Alemán y que fue rescatado para atender sus graves lesiones.

Galileo agrega que las evidencias recabadas por los investigadoras que colaboran con el proyecto Santa María apuntan a que los loros de la García Ginerés conforman una parvada amplia que inició con 14 loros que escaparon de una Unidad de Manejo Ambiental durante el paso del huracán Wilma, adaptándose al ecosistema urbano de Mérida, que en ciertas zonas les provee de comida y refugio.

Todos ellos habían sido loros domesticados, capturados y vendidos de manera ilegal. Al escapar, unos cuantos lograron adaptarse a su entorno; recuperando su capacidad de vivir en libertad sin tantos depredadores como los que ahora tienen en su hábitat natural.

Desgraciadamente, éstos dos polluelos ya no tendrán una vida como sus parientes, pero ya no morirán en el intento —explicaron. Muchas más muertes podrían evitarse si en el consultorio veterinario recién inaugurado por el alcalde de Mérida y el gobernador de Yucatán se incluyera la atención a los ejemplares de la fauna salvaje como los loros, los guacamayos y los Agapornis, por ejemplo.

Galileo y Merlín se apartan un poco antes de despedirse. Cuando un loro ya no se esponja; dilata las pupilas y alza el cuello. Es señal de excitación y es hora de cortar el intento de comunicación entre el ave y el humano.

En un delicado gesto, Galileo baja un tanto la cabeza y al oído comenta que es hora de despedirse y dar las gracias a José Pierre Medina, promotor de Santa María A.C. por haberles prestado su voz para exponer lo que ahora viven, porque dice, no todos los seres humanos pueden entender el lenguaje corporal de los loros, mucho menos sus sonidos, sus actitudes y su conducta grupal.

“Los humanos que nos tienen en cautiverio se desesperan inútilmente cuando no hablamos como ellos hablan a la velocidad que quieren. Hacen el ridículo intentando darnos chile habanero para hablar o incluso aguacate, lo cual puede ser mortal para nosotros”.

Y se despiden diciendo: No lo olvides. Los humanos creen que es normal tener como mascota a un loro. Desde hace siglos, en la cultura mexicana soy el número uno en chistes colorados, en la Lotería Mexicana soy el número 24; apenas uno antes del Borracho y otro después de la Luna.

Nos han involucrado en películas de Disney; de Hollywood y en algunos casos; como objeto de investigación científica que dice que somos seres capaces de aprender y desaprender, mostrando que nuestras mentes se parecen mucho más a las mentes humanas de lo que ustedes están dispuestos a admitir.

Para nosotros eso no es importante. Para nosotros solo importa éste único deseo: que nos dejen volver a ser loros. Por favor.

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