Si tirar estatuas compone el mundo, que Mérida se quede sin monumentos

Mirada azul/Columna
Por: René Duperón

MÉRIDA.- Tratar de interpretar la realidad social, económica y política de Yucatán con teorías que se enseñan en universidades nacionales es, sin duda, perder el tiempo o, como se diría más coloquialmente, es hacerse al tonto.

Incluso los jóvenes, de los que podríamos pensar que están más “globalizados” por haber crecido en la era del internet y las redes sociales, son capaces de diferenciar que nuestra manera de ser y de ver la vida es muy distinta a todos los demás.

Hace poco me enteré del digno debate que sostuvo un joven, de origen maya y estudiante de antropología, con un profesor que entusiasmadamente le dictaba a su clase que los mexicanos, incluyendo los yucatecos, éramos hijos de una violación, unos hijos de la chingada, porque a nuestra madre “La Malinche” la había violado un español, tal como lo interpreta Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad.

Sin restarle autoridad al maestro Paz, que supo interpretar magistralmente la realidad de una gran parte de México, pero no de toda la nación, el joven le rebatió al profesor, tal vez instruido en universidades nacionales, que él y tal vez ningún yucateco se sentía un hijo de la chingada, porque aquí en Yucatán la conquista española sucedió de una manera muy diferente, no hubo “entreguismo” como sucedió con los aztecas que esperaban el retorno del “dios blanco”.

Aquí los mayas fueron bastante hostiles con los españoles, y ya desde su primer encuentro les hicieron saber que “no eran de aquí” (oye como hablan, no son de aquí, les habrían dicho los primeros peninsulares con los que se toparon), y ante la insistencia de los españoles de pisar de nuevo suelo yucateco, los mayas les pusieron una tremenda paliza en Champotón (antes Potón Chan) que mejor siguieron hasta el centro del país.

La capitulación de los mayas ocurrió muchos años después y durante el periodo colonial los españoles vivieron siempre asediados por levantamientos indígenas.

No había oro ni riquezas como las que encontraron en otras partes de México, así que el español que se asentó en la Península de Yucatán fue porque así lo decidió, y con ese ánimo se dio un sincretismo muy diferente al que sucedió en otras regiones de México.

Tal vez hasta podemos decir que la cultura indígena venció a la española y hoy escuchamos el habla yucateco (un idioma que se quedó en el camino, diría Fernando Espejo) plagado de muchos vocablos mayas.

A veces son términos que describen con tal exactitud un hecho o circunstancia que no es posible encontrarlos en otras partes de México o del mundo.

¿A qué viene todo esto?, tal vez se pregunten muchos. Bueno, al grano.

Tras las protestas contra el racismo en Estados Unidos se han generado en muchas partes del mundo reacciones de diversa índole. México no ha sido la excepción y ha resurgido el debate sobre discriminación racista, clasista, de género, etcétera que sigue lacerando a nuestra sociedad nacional.

Yucatán no es ajeno a dichos males sociales, pero tratar de “tropicalizar” ese debate a la realidad nacional, copiando modelos enseñados en universidades de fuera, no aportará mucho.

El recurrente símbolo de quienes enarbolan la bandera del racismo es el monumento a los Montejo instalado en el inicio de la avenida que lleva su nombre.

Si derribarlo es la fórmula mágica que pondrá fin a la discriminación que sufren los mayas de Yucatán (que no se asumen como tales sino que les gusta que les digan mestizos), adelante, eliminen todo rastro de los Montejo, incluyendo el mega fraccionamiento que lleva su nombre, la cerveza Montejo, la casa de Montejo y un largo etcétera.

Para terminar, solo diré que tal vez la sociedad yucateca sea una de las más igualitarias en su forma de ser: aquí ricos y pobres comen los mismos platillos típicos, ricos y pobres hablan igual, con el mismo acento, incluso los ricos tal vez lo tengan más marcado. No olvidemos a doña Chely, la señora de la tortuga, y su forma de hablar.

A mi juicio, hay temas mucho más relevantes para debatir que el simple símbolo de un monumento. Entre ellos podemos citar el combate a la pobreza, el fomento a la educación, la generación de empleos que propician movilidad social (que es lo que realmente saca de la pobreza).

Remate: En Yucatán hay clasismo sí, pero no lucha de clases.

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