Mayas peninsulares, ¿más fieles que otras etnias indígenas de México?

[vc_row][vc_column][vc_column_text]En varios estudios y libros sobre culturas indígenas de México se abordan aspectos de la infidelidad, desde como controlarla hasta los castigos que recibían los adulteros, principalmente las mujeres.

Dicho trabajos hablan sobre los indígenas de regiones como Oaxaca, Tlaxcala, Veracruz, Chiapas y otras culturas como los huicholes, pero de los mayas de Yucatán no se hace referencias en esas publicaciones.

Se ignora si los mayas peninsulares conocían y tenían reglamentada la infidelidad en algún código, aunque seguramente en caso de tenerlo, todo se perdió en el auto de fe de Maní que llevó al cabo fray Diego de Landa.

Una de las pocas referencias que se hacen a la infidelidad se menciona en la descripción de la diosa lunar, Ixchel, que según las creencias mayas, brillaba menos porque su marido, el Sol, le arrancó un ojo en castigo por su infidelidad.

Tras una revisión no exhaustiva, lo más que encontramos fueron relatos, un poco más de la época moderna que antigua, sobre cómo abordan los mayas peninsulares la infidelidad.

A continuación ofrecemos un cuento tomado del sitio El Chilam Balam titulado “La esposa infiel del vendedor de leña” (consultar aquí) que aborda el tema de la infidelidad entre los mayas de nuestros días:

Prot es vecino de un humilde vendedor de leña. En maya vendedor de leña se dice kon si’. Desde luego, Prot es también un galán y ya había conquistado a la joven mujer del leñador.

Todos los días el leñador salía de su humilde vivienda y se iba al monte a buscar la carga de leña cotidiana, cuya venta permitiría proveer su hogar que es atendida por su esposa, una graciosa y pícara señora.

Apenas el leñador se iba y desaparecía en la lejanía, Prot cruzaba la calle y entraba a la casa del leñador en donde ya lo esperaba la esposa del campesino, con los brazos abiertos. Y pasaban largas horas disfrutando del amor.

Todos los días se repetía la misma historia, y habría de seguir repitiéndose…

Tenía el vendedor de leña un loro que era testigo de la infidelidad de su ama y todos los días la acusaba al llegar el esposo, quien sin embargo no le daba crédito dada la fama de los cotorros de parlotear sin sentido.

-Prot vino, apenas te fuiste. Prot vino a estar con tu esposa y pasó con ella todo el día-acusaba el fiel pajarraco.

Pero el campesino no le daba crédito y confiaba ciegamente en su bella esposa.

Preocupada por un eventual descubrimiento de su traición, la mujer le confesó a su amante sus temores acerca de las denuncias del loro.

-¿Por qué no me habías dicho?-le respondió Prot con naturalidad y la seguridad de quien siempre sabe lo que hace y siempre tiene una solución.

-Ahora mismo le ponemos remedio-aseguró, y dio instrucciones a la mujer.

Al otro día, apenas el leñador salió de su casa la mujer tomó una jícara, agujereó levemente el fondo, la llenó de agua y la colocó goteando el líquido sobre la cabeza del loro. Y así lo mantuvo todo el día. Cada gota hacía al loro cerrar los ojos y el incesante goteo no le permitió vigilar ese día a los amantes.

Al llegar en la noche a su hogar, el campesino hizo las preguntas habituales a su esposa:

-¿Quién vino hoy? ¿Hubo visitas?- Preguntas a las que siempre respondía el loro con las denuncias contra Prot.

Pero en esta ocasión sólo hubo silencio. En su aro colgado a un costado de la entrada, el loro dormitaba. Fue necesario preguntarle directamente y con más fuerza.

-Loro ¿hubo visitas durante mi ausencia? ¿Quién vino?

A lo que el loro respondió en tono fastidiado:

¡Papá, claro que nadie vino de visita! ¿Cómo quieres que haya visitas si cayó todo el día una endemoniada tormenta?

Al final El Chilam Balam menciona que el cuento es Domingo Dzul Poot, autor de cuatro volúmenes de cuentos bilingües, maya y español.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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