En Yucatán, los ricos también lloran… por seguro de desempleo

MÉRIDA, 20 de abril de 2020.- Vamos a partir de dos premisas:

1) La doctrina socialdemócrata considera que hay dos tipos de dolor: uno evitable y otro que es inevitable. El primero es el que causa un ser humano a otro y el otro es que el viene de Dios, de la naturaleza o del Ser Supremo, como quiera que se le nombre. Ejemplos de este último son las catástrofes naturales, como huracanes y terremotos, o enfermedades como la actual pandemia de coronavirus que estamos sufriendo.

2) Por lo general la clase media nunca es considerada en los tipos de apoyos que otorgan los gobiernos, sobre todo si son de corte político-electoral, pues casi siempre se destinan a las grandes masas de gente empobrecida precisamente por esos políticos. Igual esos mismos gobiernos destinan grandes cantidades, quizá mucho más que en el caso de los marginados, para beneficiar a ricos y poderosos mediante programas, políticas públicas e incluso chanchullos. La clase media queda en medio de este sandwich, solo mirando.

Una vez hechos estos planteamientos, ahora sí entremos al desarrollo de este análisis.

Con el seguro de desempleo por el coronavirus la clase media ha tenido por primera vez la oportunidad de acceder a apoyos que otorga un gobierno, en este caso el estatal de Yucatán, para paliar la crisis económica que ha dejado la pandemia a la par de la contingencia sanitaria.

Por primera ocasión quienes sostienen sobre sus hombros la producción del país no estaban huérfanos y vieron una luz de esperanza en medio de este largo túnel que ha significado la suspensión de actividades para evitar contagios masivos de Covid-19.

Que quede claro, este apoyo es para clase media, para aquellos que tienen un pequeño negocio, un emprendimiento, una fuente de ingresos que les permite vivir al día. No hay que satanizar a quien tenga casa, coche y pueda salir al menos cada quincena a comer fuera.

Ya lo dijo el gobernador Mauricio Vila, en los apoyos se considerará a todos, para las clases más desprotegidas hay apoyos alimentarios, los cuales por supuesto no llegan a las clases medias ni a las clases pudientes.

Sin embargo, como dice conocido refrán mexicano, nunca falta el diablo que viene a soplar y arruinar todo.

Se abrieron las inscripciones el pasado 6 de abril y recibió un cúmulo de solicitudes, al grado de que al día siguiente 7 de abril se tuvo que cerrar al rebasarse con mucho el número de solicitudes para el presupuesto que se tiene.

De acuerdo con el gobierno, se recibieron más de 97 mil solicitudes, pero solo se pudieron otorgar 46 mil 800 apoyos, cuyas listas se publicaron el sábado y domingo pasado.

Fue cuando se detectaron varias personas que no merecen el apoyo, pues cuentan con empleo o con medios para sortear la crisis del Covid-19, por ser empresarios o de familias con recursos.

Aquí es donde interviene esta dualidad del dolor evitable y el dolor inevitable. El Covid-19 es un ejemplo de dolor inevitable, no hay a quien culpar, nadie lo pidió, nadie quiso que llegara. Simplemente vino y ya, como ocurre un terremoto o un huracán. Viene de Dios, de la naturaleza, del Ser Supremo, del Gran Arquitecto o como cada quien en su invidivualidad le denomine.

Lo que sí es un dolor evitable es el que están causando esos cientos o tal vez miles que resultaron beneficiarios y no necesitan este apoyo. En sus manos está decidir si quieren seguir causando ese dolor evitable o recomponen las cosas renunciando al apoyo.

Al menos el gobierno ya tomó cartas en el asunto y ya anunció que procedió a dar de baja a 361 personas que obtuvieron inmerecidamente el apoyo, como matrimonios en los que ambos obtuvieron el beneficio, pero también un empresario dueño de varios taxis y varios integrantes de una acaudalada familia en Tizimín, además de una funcionaria de Tekax y funcionarios de nóminas federales.

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