[vc_row][vc_column][vc_column_text]La Voz del Campo/Columna
Por: Pável Calderón Sosa
Terminaron las “precampañas” electorales y hasta la fecha no hemos visto en eventos, discursos, propaganda de cualquier tipo y medio informativo, más que intentos de manipulación electoral.
Tanto a nivel federal como a nivel local, los distintos “precandidatos” sólo se han dedicado a hablar vagamente de “construir un mejor” país, estado o municipio; de seguir trabajando para “que nos vaya bien”; de “acabar con la corrupción”, de “ir para adelante”… en fin, palabras huecas que a nada comprometen pero que, como son generalidades que todo mundo acepta como ciertas, pueden ser recibidas con cierta paciencia, al borde del fastidio, por los votantes a quienes van dirigidas.
También se han tratado de resaltar los valores familiares de los buscadores de votos: su apego a los hijos, a la pareja y a las tradiciones del pueblo mexicano; intentan aparentar que tienen una vida como la del mexicano común y corriente, tratando así de ganar simpatías fáciles. Pero nada más.
Algunas de las propuestas más “específicas” que se han escuchado entre los candidatos a la presidencia de la república, por ejemplo, son las que hablan de otorgar “pensiones” o “becas” a determinado sector social, así como del compromiso de que, ahora sí, se “combatirá la corrupción”. Sin embargo, las transferencias de magras sumas de dinero para los pobres han demostrado a lo largo de décadas que son más bien un mecanismo de control político de la gente, pues no erradican la pobreza; ésta sigue aumentando: según cifras del gobierno federal, 53 millones de mexicanos viven en pobreza y pobreza extrema, con todo y que llevamos décadas de “Progresa”, “Oportunidades”, “Prospera”, y demás.
Respecto al ataque a la corrupción, son francas mentiras, o cuando menos ingenuidades, las que han propuesto los diversos candidatos: unos proponen la creación de más “fiscalías anticorrupción” como si no hubiera ya bastantes en el país, que sólo sirven para engordar la excesiva e inmensa cantidad de funcionarios –su inutilidad queda demostrada al salir a la luz un día sí y otro también, desfalcos increíbles a los recursos públicos que no pueden haber ocurrido más que con la complacencia de las “fiscalías” ya existentes-; otro ha llegado a la increíble propuesta de que una vez que él llegue a la presidencia de la república, sólo por ser él, por arte de magia, se acabará la corrupción.
Respecto a las propuestas económicas nadie ha planteado realmente cómo cambiar la situación de pobreza que padece el pueblo mexicano. Los urgidos de votos siguen con la cantaleta de “atraer inversiones” para así garantizar el empleo de la gente; pero no dicen qué harán para que se modifiquen las políticas de bajos salarios. A los aspirantes a los grandes cargos públicos todo se les vuelve hablar de “estabilidad económica” “dar seguridad a los inversores”, etcétera. En el fondo, ninguno propone hacer algo distinto de lo que ya se ha venido practicando desde hace años, que realmente signifique un cambio de rumbo para el bienestar de las grandes mayorías.
El modelo económico que pretenden seguir nuestros buscavotos es el que dictan los grandes grupos empresariales de México y el mundo, sin que se tome en cuenta la opinión de los olvidados de siempre, de los trabajadores. Nadie está proponiendo, por ejemplo, aumentar el pago de impuestos para los que más ingresos perciben, para usar esta medida como una herramienta redistribuidora de la riqueza; los recursos así obtenidos podrían usarse en el mejoramiento de los pésimos servicios de salud y educación públicos, por decir algo, como recomienda la Organización global para el desarrollo, OXFAM; tampoco hemos escuchado la propuesta de subir sustancialmente los salarios mínimos que, según un reciente estudio de la Universidad Iberoamericana deberían de ser de 353 pesos diarios por trabajador.
Recordemos las recientes quejas de las autoridades canadienses que han acusado a las mexicanas de hacer “competitiva” a la mano de obra mexicana a costa de matar de hambre al trabajador, con salarios bajísimos: cuando menos diez veces por debajo de lo que se paga en Canadá y los Estados Unidos. El mundo lo dice, la realidad lo exige… y en México nuestros aspirantes a dirigir el país ni siquiera proponen tocar con el pétalo de una rosa los salarios mínimos.
Ante este escenario tan desesperanzador, lleno de demagogia, de quienes no buscan servir a las mayorías sino sólo a unos cuantos, de quienes sólo buscan el voto para que todo siga igual, el pueblo debe reaccionar. Muchos han sido ya los trienios y sexenios en que cándidamente hemos creído en políticos de todo pelaje y hemos votando cada quien por el que mejor nos endulzó el oído, nos ofreció un regalo más atractivo o una mayor cantidad de dinero. Es hora de que el pueblo se organice y vote en bloque, en conjunto, agrupado en una gran fuerza de votantes que actúen de consuno, listo a apoyar sólo al que se comprometa a entregar con los recursos a su disposición mejoras específicas que el pueblo exige: vivienda, lotes habitacionales, luz, agua, pavimentos, médicos, medicinas; lo que sea de utilidad para este gran bloque de votantes. Al votar así, todos a una, podemos representar una importante fuerza electoral que haga que el candidato así apoyado llegue a “sentarse en la silla” y entonces sí, con toda autoridad moral, después de haberlo apoyado y hacerlo ganar con ese gran número de votantes, le exigiremos con toda la fuerza de nuestra unidad que cumpla su compromiso.
De no hacerlo así, de seguir votando todos los humildes por separado, nos seguirán engatusando, terminaremos votando sin hacer ninguna diferencia, sin tener ninguna fuerza real ni para decidir ni para exigir cumplimiento al que llegue a ocupar el cargo.
Ya llegó la hora de que el voto de los pobres pase a ser, de simple mercancía canjeable por unos pesos, a una verdadera arma de lucha: separados, nos engañan y nuestro voto no pesa; juntos haremos que nuestro voto haga sentir realmente su valor, haremos que decida quién gana y quién pierde. Recordemos que a veces el triunfador de la jornada electoral ha sobrepasado a sus contrincantes por unos cuantos votos: decenas, centenas, o en el mejor de los casos, por unos cuantos miles, mismos que nosotros tenemos y podemos usar para llevar al triunfo al candidato que elijamos, a cambio de obras de provecho para nuestro pueblo, ciudad o colonia y no a cambio de palabras huecas e inservibles. Mientras no tengamos candidatos propios llamemos a la gente a sumarse al antorchismo y votar de esta manera, para que se reduzcan las probabilidades de que sea engañada. Votemos de esta inteligente manera, por el candidato menos malo, por el que decida acercarse y comprometerse con nuestro gran grupo de gente organizada.
Así, cuando tengamos nuestro partido propio, auténticamente popular, que nos dé la seguridad de que cambiará este modelo económico injusto, concentrador de la riqueza en pocas manos, en uno más equilibrado y justo para todos; en el que se respete el esfuerzo y el sudor de los pobres, que son los que, callosas las manos, han levantado todo lo grande que nuestro México tiene; entonces, estaremos ya preparados, sabremos cómo usar nuestro voto para que un candidato auténticamente del pueblo, impulsado y sostenido por nosotros, llegue al poder.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]