El mar es su fuente de vida, de muerte y hasta su cárcel

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Si hay algo que Yucatán tiene motivo para enorgullecerse, es de sus costas y de los hombres de mar que habitan en ellas. Pescadores de todas las edades que llevan un trabajo digno –muchas veces con paga indigna-, proveedores no sólo de sus familias, sino también de todas las mesas del estado, del país y del mundo hasta donde llegan las riquezas del mar que gracias a ellos recibimos.

En el marco del Día de la Marina, platicamos con dos pescadores progreseños que nos ofrecieron dos miradas, dos puntos de vista sobre su oficio, algunas veces con coincidencias y otras con distintos puntos de vista.

Ellos son Eder Salas y Carlos Medina, a quienes encontramos en plena labores en el puerto de abrigo de Yucalpetén. Los dos compartieron sus pensamientos sobre el oficio que les tocó vivir.

Eder tiene 44 años y es papá de tres niñas. Toda su familia se dedica a la pesca. “Empecé a los 17 años pero todavía no podía sacar mi libreta, así que mi mamá me autorizó ante un Juez de Paz y ya pude salir al mar. Al año siguiente ya tenía mi libreta y desde entonces no he dejado de pescar”, relata.

Carlos tiene 63 años y, como Eder, no sólo su abuelo y su papá fueron pescadores, sino también dos de sus tres hijos. “Ellos son patrones, tienen sus barcos y estoy orgulloso de eso”, cuenta.

Carlos dejó de viajar hace cuatro años pero piensa regresar en agosto próximo, cuando retorne la temporada del pulpo. “Me dedico a la reparación de barcos pero la situación está bien dura en tierra, todo es muy caro y si antes ganábamos dos pesos, ahora ganamos 50 centavos. Y la neta tengo ganas de viajar porque lo que se aprende no se olvida y añoro comer pescado fresco y trabajar con la gente desde que amanece, porque todo el trabajo es entrada. Acá en tierra todo es gasto”, explica Carlos.
Esta vez se embarcará como capitán, con 16 pescadores y un cocinero durante 18 o 20 días, dependiendo de cómo esté la corriente de pesca.

Para Eder, el oficio de pescador es sacrificado y no cuentas con ningún tipo de protección, como seguro social. “Los dueños empresarios son los que tienen sus casotas, terrenos y sus hijos licenciados, pero para nosotros no hay nada”, afirma.

Sin embargo, siente que es lo que le tocó vivir. “A veces uno no tiene la mente para estudiar, sino todos serían licenciados. Yo no daba con el estudio por más que quise, y ni modo, no me quedó otra que hacer para sacar adelante a la familia”, relata.

Calentamiento global y piratería

De unos años a la fecha, como sabemos, la pesca ha mermado notoriamente y Eder siente que la situación se puso más difícil por el calentamiento global. “Los peces sienten el mar caliente y se alejan cada vez más, eso pasa ahorita y es el motivo por el cual escasea el pescado. Cuando comencé había mucha pesca y se ganaba bien. Sacábamos de dos a tres toneladas en una pesca a 60 u 80 líneas. Ahorita se sacan 600 u 800 kilos, una tonelada a lo sumo”, señala.

Para Carlos la piratería es uno de los motivos que desequilibran el ecosistema marino. Si se respetaran las vedas de cada especie, habría para todos. Ahora en Progreso el 70% de pescadores viene de otros lugares, hasta de Veracruz. No respetan nada, ni al pepino de mar, al caracol o la langosta ¿Qué le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos? Nadie se pone a pensar en eso”, puntualiza.

La vida lejos de casa

Eder acaba de regresar de 18 días en alta mar y esta semana regresa. “Éramos cuatro en el barco “Luli II” y se siente un poco como un entierro, como si estuvieras en la cárcel pero rodeado de mar, mar y mar. Tratamos de ser compañeros y pasarla bien porque algunas veces estamos hasta 25 días. Igual todo sea por la familia, para que estén bien”, afirma.

Con unos años más de vida que Eder, Carlos vivió situaciones peligrosas en alta mar, especialmente con el ciclón Roxanne, en 1995. “Nos quedamos en Costa Mosquito, un paro para los pescadores. Ahí nos pasamos el ciclón y puedo decir que era como de película todo, el barco parecía de papel que se lo iba a llevar el viento, así que fueron horas de estar pendientes de que no naufrague, que no se rompa, que no se llene de agua… Todo”, recuerda.

En otra ocasión, cuando tenía 23 años, vivió un cordonazo, que es un viento fuerte que pega cada 3 de mayo con remolinos. “Yo era tripulante de una embarcación pequeña y de repente vimos todo el cielo negro a las 2 de la tarde y puro remolino en el mar. El barco se viró. Entonces me acosté en cruz en el alijo para tener estabilidad y traté de mantenerme tranquilo. Cuando aclaró me tiraron un cabo y me jalaron”, cuenta.

Herencia de familia

Tanto Eder como Carlos opinan que el oficio de pescador sigue tan vigente como antes y que la gente joven lo hereda también de su familia. Los dos coinciden en que hay, aunque en menor número, mujeres que se dedican a la pesca y muchas ya se apuntan para la temporada del pulpo.

Le preguntamos a los dos cómo les gustaría verse dentro de unos años. Eder se apura a contestar: “Me gustaría vivir tranquilo, ya no entrar al mar cuando sea viejo, contar con mi jubilación y, sobre todo, ver a mis hijas con logros, es lo que sueño todo el tiempo”, dice, emocionado.

Carlos no quiere demasiado cambios en su vida. “Como estoy, feliz con los años que diosito me ha prestado, rodeado de mis hijos, mis 11 nietos y mis bisnietos. Todos me aprecian ¿Qué más puedo pedirle a la vida?”, termina, con una sonrisa.- Cecilia García Olivieri.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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