Crónica del día que me volví ciega por un rato

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Empatizar: sentimiento que hace que alguien pueda sentir lo mismo que otra persona a pesar de no estar pasando por la misma situación.

De eso se trató hoy la actividad que organizó Laboratorios Sanofi en el marco del Foro Internacional de Líderes de Diabetes, que se realiza en Mérida hasta mañana y que reúne a especialistas que estudian esta enfermedad que padecen alrededor de 12 millones de mexicanos.

Como informamos, Laboratorios Sanofi también presentó hoy viernes un nuevo medicamento llamado “Soliqua” que garantiza mejorar la calidad de vida en pacientes adultos que padecen diabetes tipo 2.

¿Y por qué empatizar? Porque lamentablemente esta enfermedad sin control médico –declarada pandemia en México- puede ocasionar ceguera. O sea, un día amaneces y ves nublado y al día siguiente puedes estar ciego para siempre.

Por eso, la empresa de medicamentos ofreció una actividad a los medios de comunicación locales, regionales y nacionales para que experimenten en carne propia lo que significa padecer ceguera en un pequeño aspecto de la vida. La importancia de resaltar la información, prevención y atención que deben tener los pacientes diagnosticados con diabetes es clave para prevenir la ceguera, entre otros males que puede ocasionar esta enfermedad.

Poco y nada nos contaron de la actividad que íbamos a vivir y sólo nos vendaron los ojos antes de entrar a un salón del restaurante Los Almendros. Íbamos en fila, ciegos, y nos guiábamos apoyando cada uno la mano en el hombro del compañero/a que iba delante nuestro.

Nos ubicaron detrás de unas sillas (distinguí que era una silla porque la toqué) y allí esperamos hasta que nos dieron la orden de sentarnos.

Angustia fue lo primero que experimenté luego de tan sólo cinco minutos sin poder ver. Angustia e incomodidad, quería ver de nuevo, pero no podía. El juego debía continuar.

Me tranquilizaba tener a Iris al lado mío, una colega y amiga. A mi derecha estaba Andrea, una colega de CDMX que no conozco pero enseguida nos pusimos a platicar. Las dos estábamos en la misma situación: ciegas.

Escuchábamos la voz de Rebecca, quien nos guiaba y nos contaba qué iba a pasar. En seguida tanteé con cuidado qué había sobre la mesa: dos platos, un vaso, una copa y cubiertos. A mi costado derecho había una servilleta. Íbamos a comer.

Nos trajeron platos y probamos algo que sabía a ensalada: distinguí por su textura y sabor lechuga, cebolla, chícharos, nueces o almendras y otras cosas que no sé qué eran. Todo estaba aderezado con una especie de vinagreta muy rica.

Como no podía ver qué pinchaba mi tenedor, me ayudé con una mano. O sea, comí con el tenedor y la mano a la vez. No me dio vergüenza, aunque todos reíamos nerviosos.

Cuando nos retiraron los platos, nos pidieron que escribiéramos una frase e hiciéramos un dibujo en un papel. Pensé que sería imposible, pero apenas me pasaron la hoja, limité el espacio que tenía para dibujar con las manos (era una hoja pequeña), escribí dos palabras (“Cuídate y quiérete”) y dibujé un corazón.

Después vino el platillo fuerte. El plato era ovalado y automáticamente acerqué la nariz para oler: era algo asado. Luego usé las manos para distinguir qué habían traído: Era un filete de carne adobado con achiote (inconfundible su olor). Para mí era poc chuc pero al final me enteré que era pollo (Muchos nos equivocamos en esta parte). También había tomate asado, creo que pimientos y arroz. Algunos pedimos tortillas, eran a mano, deliciosas. Como pude me hice un taco y me lo comí, estaba delicioso, aunque se me cayó la mitad del contenido. A estas alturas ya no usé el tenedor, comí todo con las manos.

Traté de servirme vino, pero derramé la mitad (y no estaba ebria). No me importó. Con el paso del tiempo cada vez me importaba menos que me vieran cometer torpezas, era ciega, no podía hacer todo perfecto y bastante bien lo estaba haciendo para tener sólo una hora de no vidente.

El postre fue lo más fácil de adivinar: era gelatina de pitahaya, también riquísima. A lado de cada mesa nos dejaron una cajita rectangular y fina: todos adivinamos que era un chocolate. Y no nos equivocamos. Cuando terminamos, nos pidieron que nos destapáramos los ojos. Fue difícil después de una hora y media acondicionar la vista a la luz pero qué bueno que podíamos ver otra vez.

Una de las paradojas del ejercicio de sentirnos ciegos fue que Rebecca, la persona que nos guio durante toda la actividad, es invidente desde su nacimiento y pertenece a la agrupación “Ojos que sienten AC”, cuya premisa es ayudar a crear conciencia en la sociedad sobre la ceguera. Fue la mejor guía de todas.

Fue una gran experiencia, sin duda, empatizar con la gente que no puede ver. Y también es fundamental estar pendientes de cualquier problema que sintamos en la vista, sobre todo si padecemos diabetes. Cualquier señal de alarma debe ser inmediatamente consultada con el médico.

Como conclusión les puedo contar que ser ciega por un rato me despertó más los otros sentidos, me hizo estar muy pendiente de la gente que me rodeaba (aunque no pudiera verla, sí podía oírla y quizás con más atención que cuando tenía los ojos destapados) y me hizo dar cuenta que, aunque no sentía la vista de los demás sobre mí, sí podía darme cuenta, con mis otros sentidos, que estaban pendientes de mí.- Cecilia García Olivieri.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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