La afición yucateca hizo una fiesta de la Serie del Rey

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Llegas al Parque Kukulcán y te dicen que no, que no puedes quedarte en el palco de prensa, que ya está lleno, que hay periodistas de todo el país que vinieron a transmitir/ver/anotar la Serie del Rey, que a ti te toca arriba, donde también hay espacio para la prensa.

Y te mandan a las gradas, arribita. 107/ fila J/asiento 5. Ya es de noche y no te importa que no haya aire acondicionado. Así que sacas unas servilletas y te pones a secar el asiento naranja porque antes llovió fuerte y está todo empapado. Y ahí me encuentro con otros colegas que, como yo y medio “descastados”, no entraron en el palco de prensa con aire acondicionado. Hay de Tabasco, Campeche y de otros medios de Yucatán.

El ambiente es diametralmente opuesto al de la sala de prensa llena de tetosterona y lápices afilados que anotan jugadas. Allí, los hombres colegas sesudos de béisbol derrochan concentración y se mueven poco. La mirada va del campo de juego, a la hoja donde anotan, a la computadora, a la televisión, al celular y así….

Aquí afuera, en la tribuna, hay joda. Música, matracas gigantes de madera que ensordecen y unas barritas inflables con la marca de Telcel que no me explico cómo suenan como si fueran bombos y pueden torturar los tímpanos. Y la batucada, claro… Que calienta los ánimos hasta en la hinchada más aburrida del planeta.

Todos son familia, amigos y si no lo son, ahí nomás se ponen a platicar. Y tema tienen de sobra: Todos vinieron a ser testigos de un evento que se da una vez al año pero que los Leones no tenían el gustazo de vivir desde 2006, la última vez que se coronaron como campeones de la Liga Mexicana de Béisbol. Hasta ese momento, todas esas almas anhelaban lo mismo: que la Copa Zaachila se quede en casa, pero no sabían cuánto contribuirían ellos para que eso sucediera.

El juego arranca, las miradas se ponen atentas y la comida y bebida comienza a correr como agua. Y claro, el ambiente se calienta al grito de “¡Vamos Negrín, ya sácalo! “¡Corre joeputa!”, “¡Vamos leones!”, “¡Yo si le voy, le voy a Leones!” y el infaltable arengador que se llena los pulmones para alentar con un “¡Canten chinga tu madre!”. Una fiesta.

Porque si anoche ganaron los Leones su cuarta corona como monarcas de la Serie del Rey, todo se debió, sin duda, al desempeño atlético de los jugadores: a la magia de Rubén Sosa en los senderos, al fildeo de Wálter Ibarra, a las maravillosas jugadas de Everth Cabrera, a los jonrones tremendos del “Cacao” y al desempeño estupendo de Luis Juárez, anoche distinguido como el Jugador Más Valioso de toda la Serie del Rey.

Y a su mánager, claro, Roberto “Chapo” Vizcarra, un hombre corto de palabras para sin duda verborrágico en estrategia, que supo cómo, cuándo y dónde llevar al equipo a su máximo esplendor.

Pero esta mañana, después de la victoria que se quedará un rato largo dando vueltas en la cabeza, me saco el sombrero por todos los aficionados que me rodearon anoche. Ellos son los que hacen grandes a los Leones, porque hay que estar ahí abajo poniendo el cuerpo y el cerebro y que te alienten como lo hizo anoche la afición yucateca –enardecida como pocas-.
De distintas partes del estado, estos más de 13 mil humanos beisboleros ponen su magia para que el camino se despeje, ayudan a que los astros se alineen y sobre todo contribuyen al trabajo en equipo de El Chapo y estos hombres grandes que hoy son los campeones.

La afición hace a los Leones los reyes, la que paga la entrada, la que espera debajo de un nylon bajo la lluvia, la que arenga, la que llora, se emociona, insulta, hace sonar las matracas y levanta los brazos al cielo agradeciéndole a Dios esta alegría. Gracias a ellos también, los melenudos son hoy los mejores.- Cecilia García Olivieri.

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